martes, 17 de febrero de 2009

Sobre las fobias sociales

Por Puno Ardila (candidato a doctor en Filología Hispánica de la AIU)

A partir de la lectura propuesta, 'Las fobias sociales', de la licenciada Mariana Harfuch, y pensando en el tema como una circunstancia delimitable en la situación que se presenta a diario con mis estudiantes de la universidad, cuyas exposiciones se ven notoriamente mermadas a causa de su temor en el momento de salir frente al auditorio, me vi frente a muchos casos importantes, pero ninguno que pudiera traer a colación, puesto que no he considerado prudente hacer seguimiento personal a quienes asisten a mis clases. Tal vez por cosas del destino, uno de mis hermanos, residente en la ciudad de Barranquilla, en Colombia, se comunicó conmigo para cualquier asunto familiar y estuvimos conversando, entre otras cosas, acerca de una afección que me había contado en días anteriores, por lo que aproveché para compartirle acerca del texto de marras y tratar de resolver su dolencia que, según lo que podía entreverse, se trataba justamente de la sintomatología de una de estas “fobias sociales”. Este fue su relato:



Tenía yo que hacer una presentación en "power point" del programa ‘Mejoramiento de barrios’ en la ciudad de Barranquilla, para que expusiera sobre el tema la secretaria de Planeación Distrital de Barranquilla los días 19 y 20 de agosto de 2007 en el salón principal del nuevo Parque Cultural del Caribe, para unos representantes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que venían de Washington, a quienes se les iba a ofrecer la idea, con el propósito de lograr un préstamo por parte de esta entidad para esta ciudad. A esta reunión debían asistir miembros de la presidencia de la república, del Ministerio de Vivienda y Desarrollo, el Alcalde de la Ciudad, (Alejandro Char), entidades como EDUBAR, (Empresa de Desarrollo Urbano de Barranquilla), la S.C.A. (Sociedad Colombiana de Arquitectos) y la S.I.A. (Sociedad de Ingenieros del Atlántico), entre otros. La secretaria de planeación de Barranquilla es una profesional de la Economía, con mucha experiencia en su ramo, que trabajó durante varios años en la Sociedad Portuaria de Barranquilla, que la hizo merecedora de toda la confianza por parte de los políticos que dirigen hoy esta ciudad, y la nombraron secretaria de planeación a pesar de su falta de conocimiento en lo referente a la problemática de la Ciudad, al urbanismo y la arquitectura.

La tarea que me fue encomendada, de organizarle el discurso y la exposición, todo bajo mi responsabilidad, me hizo deducir desde el principio que aquello que le estaba organizando sería muy confuso para ella y que sería yo quien terminaría exponiéndolo, ya que, a pesar de ser arquitecto y tener 17 años de experiencia en el tema, duré 15 días investigando y organizando los temas de la Ciudad, yendo de lo general a lo particular, dejando ver transversalmente la problemática social e ir sensibilizándome con los hechos, para luego terminar enfocándolos en los problemas específicos y lograr el cometido del apoyo de esa entidad.

En la medida en que iba desarrollando los temas, me convencía aún más de que ella no iba a poder con la exposición, pues era imposible que lograra entender lo que estaría diciendo; por lo tanto, en mi interior sentía que tendría que hacerlo, pero no quería aceptarlo. Uno, porque yo no soy el ‘secretario de despacho’, nombre genérico para llamar a los jefes de las líneas ejecutivas municipales; además, no es mi trabajo, y no me correspondía hacerlo, y no sabía si esa gente iba a creerle a un simple funcionario, así que los perjudicados en últimas serían miles de personas habitantes de los barrios menos favorecidos de la ciudad

Cuando faltaban ocho días para la presentación, le entregué a la Secretaria toda la información para que me hiciera las respectivas preguntas, pero pasaron los días y no hubo ninguna manifestación por parte de ella; eso me preocupaba aún más, pues no sabía qué opinión tendría del documento, y pensaba nuevamente en que llevaba sobre mis hombros toda la responsabilidad del seminario. Tres días antes, le pregunté sobre el tema y me respondió que lo estaba revisando y que le faltaba poco para terminar. La tensión seguía aumentando y quería pensar en otra cosa, pero no podía. Yo tampoco revisaba el trabajo porque no quería recordar sobre ese problema que se me estaba convirtiendo en una tortura y no deseaba aceptar lo inevitable.

El día anterior, 18 de agosto, no hubo trabajo en la oficina, así que me levanté con una decisión total a preparar la exposición con toda la seguridad de que tendría que presentarla yo, aunque nadie me lo hubiera dicho. Dediqué todo el día a esta tarea, y en las horas de la tarde me dio un fuerte dolor en el pecho, como si tuviera algo atorado en el esófago; el dolor aumentó y tuve que hacer una pausa y descansar por un buen rato. Mi novia me dio a tomar hierbas medicinales que después de unas horas me permitieron recuperarme.

El 19 de agosto a las ocho de la mañana me encontraba frente al auditorio manipulando el computador, organizando el “video beam”, todavía con la esperanza de que mi jefa presentara la exposición, y mientras estaba agachado conectando algunos cables, sentí por detrás una mano en mi hombro y una voz de mujer suavemente al oído que me susurró: "¿Hay algún problema en que hagas la presentación por mí?".

El dolor con el pasar de los días se me hizo cotidiano y no le presté atención. Una de mis hermanas me insinuó que se debía a la tensión de ese día, y luego, uno de mis hermanos, que tal vez se trataba de reflujo gástrico, así que resolví prestarle atención. Me practicaron cuatro exámenes y el mismo número de veces estuve presentando los resultados en el consultorio del médico; me ordenaron seis radiografías de dos clases, pero no ha habido diagnóstico preciso y, al parecer, no hay sintomatología aparente; sin embargo, el dolor vuelve con frecuencia”.

Esta situación suele presentarse con mucha frecuencia en Colombia, que un funcionario de mayor categoría, con conocimiento tal vez, pero sin experiencia, se atenga al trabajo de otro de menor categoría. Pero no es este el motivo que nos convoca; lo que nos llama al análisis es el hecho de que una persona que posee el conocimiento suficiente y tiene la experiencia necesaria no pueda enfrentarse con tranquilidad a un público conocedor o no del tema. Es natural que el hombre, como ser eminentemente social, que vive en función de su mundo, de manera bastante ilustrada en la ‘Pirámide de jerarquías’ de Maslow, se incomode porque no es tenido en cuenta, de acuerdo con la magnitud de su trabajo, y puede comprenderse que alguien se ofenda porque se olvida o se maltrata su nombre; que se sienta mal cualdo alguien desconoce o reprueba lo que se hace; cuando alguien sufre porque se critica duramente y se resiente la autoestima; cuando alguien se enfurece porque otro se burla de una actitud o de una palabra . En fin, por la naturaleza misma del ser humano, la posibilidad de estas circunstancias lo acompaña permanentemente, y es entonces el temor por que estas se den lo que puede ocasionar este tipo de sintomatología.

“Un factor que influye en la percepción que el público tiene de nosotros y de nuestro mensaje es el nerviosismo que todos sentimos al enfrentarnos con un auditorio” . El problema de su exposición o su discurso es el nerviosismo; que se siente miedo en el momento de pasar al frente y ser el centro de las miradas. Se teme por el manejo certero del tema, por la posibilidad o no de agradar al público; por que se dé o no una buena impresión del tema, de su manejo y de su presentación personal. Se asume en este caso que está en juego no la exposición o el discurso, sino la persona, y debe tenerse en cuenta que la inquietud personal y el desasosiego forman parte de las sensaciones propias de una persona responsable (aunque no por ello quiera decir que quien no se incomode de manera considerable antes y durante una exposición sea un irresponsable). La sensación de responsabilidad hace que la persona se tensione y, por tanto, se incomode durante estos momentos, pero deben ser situaciones aceptadas, confrontadas y resueltas por el expositor. ¿Cómo hacerlo? Simplemente, asumiendo que el discurso o la exposición es un aporte al público, a favor o en contra de sus propias ideas, para su trabajo, y no que es el momento crucial de cambiar el mundo.

Para enfrentar estas situaciones es bueno manejar la respiración y procurar la distensión de los músculos por medio de ejercicios físicos y mentales (un objeto discreto en una de las manos es una estrategia de vieja data). Pero lo más importante a la hora de resolver estas circunstancias que pueden parecer difíciles es definir dentro de la exposición lo siguiente:

1. Es importante que el orador, previamente, haya cumplido de manera ordenada con sus compromisos; es decir, que siga un derrotero organizativo que le permita presentarse a la exposición sin tensiones de otra índole y pueda concentrarse totalmente en lo que se dispone a hacer. Esto incluye, por supuesto, la puntualidad en la llegada y el orden y aseo personal. Pareciera una recomendación elemental, así como tener en cuenta la sana alimentación, pero es en verdad una de las circunstancias que más agitan el comportamiento de las personas porque, por elemental, no se tiene en cuenta la importancia que reviste.

2. Como se planteó anteriormente, el discurso no tiene por qué presentar la fórmula para cambiar el mundo, así que debe tenerse una clara modestia frente a la estructura de la disertación.

3. Sin embargo, aunque el contenido no ha de ser pretencioso, debe presentar elementos novedosos y de los cuales se tengan los suficientes conocimientos. No tienen por qué ser muchos, pero sí deben manejarse con claridad. Es fundamental aquí lo decidido previamente en la delimitación del discurso.

4. Se debe apreciar al público de todas las maneras posibles: desde lo técnico, desde lo científico e intelectual, desde lo social y, principalmente, desde lo humano. Si se ha de estar nervioso, ese público también puede estarlo, y de hecho lo hará, porque es condición humana dejarse llevar por los puntos de referencia que, en el caso de las intervenciones orales, es el orador el modelo visible dentro del espacio que se ocupa. Así, es importante que el expositor se convierta en parte del público, más como un acompañante del proceso oratorio que como una persona aislada, que no permite algún tipo de identidad entre él y el grupo. Cuando se llega al público debe tenerse una actitud de confianza y simpatía si quiere esperarse la misma respuesta; debe sopesarse su nivel de conocimiento acerca del tema (puede hacerse un sondeo inicial, que sirve a la vez para romper el hielo), e indagarse sobre su situación sociocultural, de modo que la disertación tenga los mismos parámetros entre el orador y los receptores. Así mismo, factores como edad y sexo deben ser tenidos en cuenta para afinar los términos de la exposición.

5. Lo más importante es que se genere en el público un ambiente de credibilidad, apoyado por el conocimiento que se haga evidente en el orador, no sólo del tema expuesto sino acerca de cultura general, lo que contribuye ampliamente en su facilidad de expresión y a la optimización de su imagen; frente a las preguntas se debe responder con sinceridad, lo que supone la posibilidad de responder con un “no sé”, si es el caso, pero, en vez de una respuesta equivocada o una incertidumbre evidente es mejor una respuesta segura aludiendo a la delimitación previa a la exposición; y, por último, la actitud frente al tema y al auditorio, de dinamismo y pasión por lo que se hace, motiva una respuesta positiva durante y después de la intervención.

Es bueno, definitivamente, ser conscientes de que no es nuestro compromiso con la vida tener el dominio absoluto del conocimiento, por lo que podemos recurrir a la respuesta de un ‘no sé’, y de que el mundo, nuestro mundo, no acabará si se comete algún error en una exposición o un discurso, o si el pánico es tanto que deba suspenderse la intervención. El caso se da con bastante frecuencia, y la respuesta del público, generalmente, es una actitud comprensiva, sencillamente porque cada uno de los asistentes está sintiendo en carne propia lo que puede pasar consigo mismo, así que no hay que temer; todos somos seres humanos.


Bibliografía

FOURNIER MARCOS, Celinda. Comunicación verbal. International Thompson Editores. México, 2004.

HARFUCH, Mariana. Las fobias sociales.
http://aiu.edu/online/assignments/spanish/shs008s.pdf

McENTEE, Eileen. La comunicación oral. McGraw-Hill / Interamericana Editores. México, DF, 1996. Cap. 7. La comunicación en público: planeación y redacción del discurso. Pp 397-506.

ROJAS, Demóstenes. Técnicas de comunicación ejecutiva. McGraw-Hill / Interamericana Editores. México, DF, 1994.

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